Lo de siempre: RK es de Watsuki-sama.

¡¡¡¡BUAHHHHHHHH!!!!

 

Los otros personajes... son míos.

 

Mae-chan. ¡Mil gracias!

 

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Las luces del amanecer se reflejaban en el agua, tiñéndola de carmesí, haciendo que la embarcación pareciera moverse sobre un mar de sangre.

 

< Un signo auspicioso... >

 

Enishi veía acercarse las luces de la costa, aún encendidas. En poco rato atracarían en Osaka.

Sería mejor que le advirtiera a Asiyah, para que estuviese lista.

 

No habían tenido un viaje agradable. Él estaba demasiado tenso para dormir siquiera, y ella tenía un miedo mortal al mar y los barcos, por lo que había pasado los diez días de la travesía encerrada en el camarote.

 

Todo eso cambiaría en el viaje de regreso al continente.

Él estaría libre, su justicia hecha, y seguramente disfrutando de su viaje de bodas, con todo el futuro por delante.

 

Esbozó una breve sonrisa.

 

Futuro.

 

Una palabra nueva en su vocabulario.

 

Había esperado quince años aquel momento. Lo había planificado una y otra vez en su mente hasta el mínimo detalle.

Todo, hasta las palabras que diría y le serían dichas, con obsesivo cuidado.

 

Pero nunca había mirado más allá.

Sólo había pensado en pasarle el control de la organización a Wu Heishin, y desaparecer, tal vez hasta reunirse con su hermana.

Pero el idiota había caído bajo el control de Shishio, casi arruinando su Justicia con su intento de asesinato, y había tenido que deshacerse de él.

 

Y al hacerlo, entró en aguas desconocidas por primera vez en muchos años.

Ya no tenía motivos para abandonar la vida después de consumar su Jinchuu.

Todo lo contrario.

Ahora sí había un futuro que planificar.

 

Luego del incidente con Heishin, había recibido ofertas de Xian y del propio Taipan de Hong Kong para tomar el control de sus inversiones una vez que se retirara, pero obviamente nunca se la cedería al británico aunque su oferta era por lejos mucho más conveniente. Xian conocía su profundo odio hacia los occidentales y por eso no se apresuraba a aumentar su oferta, sabiendo de antemano que sería el triunfador en la subasta.

 

En realidad, no le importaba en lo absoluto la ganancia.

Pero al menos, tendrían recursos suficientes para empezar de nuevo, sin tener que recurrir a la magia.

 

Empezar de nuevo...

Con Asiyah a su lado.

Y hasta tal vez, y solo tal vez, tener su propia familia.

 

Tal vez en Sudamérica... Había oído que el caucho era la inversión para el futuro...

O Sudáfrica... había marfil, oro y diamantes en abundancia.

Ambos lugares eran lo suficientemente salvajes y entretenidos y debía considerar con cuidado su elección...

 

Quería irse lejos, muy lejos de Asia.

Muy lejos de Shanghai.

Muy lejos de Japón.

Lejos de sus recuerdos.

 

Pero no ahora.

 

Tendrían siglos por delante para planificar, literalmente hablando.

Ahora solo había una cosa que importaba: cazar a Battousai.

 

 

-         Ah... ¡Finalmente llegamos a Osaka!

-         Ah... Sí... Ha sido un viaje muy largo desde Shanghai...

 

Una tenue sonrisa se esbozó en los labios de Enishi, mientras escuchaba al hombre y la mujer que dialogaban detrás de él.

 

-         Mmmm... Sí, ciertamente ha sido largo... Diez años pasaron desde la última vez que ví Japón... - murmuró aferrando la correa que sujetaba la espada que llevaba envuelta a sus espaldas

 

Asiyah subió a cubierta, advertida por los camareros de la próxima llegada a puerto.

Inspeccionó la cubierta en busca de su compañero.

 

Él estaba apoyado contra la baranda del barco, su nihounto apoyado contra la espalda, la dupatta azul[1] enroscada a su cuello y hombros como una especie de capa flotando en la brisa marina, con los ojos fijos en la costa.

 

No era difícil imaginar que era lo que ocupaba sus pensamientos en ese momento. Regresaba después de diez largos y terribles años que lo habían marcado a fuego en su interior, para vengar la sangre de Tomoe.

 

Enishi no había podido dormir durante la mayor parte del viaje, y eso la tenía preocupada, porque lo dejaba más expuesto a cualquier ataque o influencia negativa. No sabía que debía esperar desde el momento en que pisaran las Islas, pero esperaba que pronto comenzaran las agresiones sobre ambos. Después de todo, ahora estaban en territorio francamente hostil.

 

Y no pensaba en Battousai como fuente de esa hostilidad...

 

-         Ah... Ahí estas...

-         Iba a ir por ti.

-         Los camareros me avisaron.

 

Él pasó un brazo sobre su hombro.

 

-         Tenemos asientos reservado en el tren de las nueve a Kyoto. Llegaremos a media tarde allí. La última noticia que recibí lo situaba en aquel lugar. Pero Gein ha debido espaciar las comunicaciones desde la muerte de Shishio, así que sólo cuando nos encontremos con él tendremos novedades

 

Hubo un breve silencio, y luego le preguntó en un susurro:

 

-         ¿Irás a verla?

-         Sí.

-         ¿Puedo acompañarte?

-         Por supuesto.

 

Una vez desembarcados, consiguieron con facilidad un carruaje y llegaron a la estación con suficiente anticipación como para tomar un buen desayuno japonés.

 

-         Las cosas han cambiado... - Enishi estudiaba cuidadosamente el entorno- Nadie diría ahora que esta ciudad de prósperos comerciantes barrigones  solía ser un desastre... las tropas entraban y salían... pertrechos... edificios en ruinas... pilas de cadáveres...

 

En verdad, la ciudad se veía magnífica. Osaka era una de las principales vías de acceso al Japón además de un importantísimo puerto local, y después de la guerra había sido reconstruida, y ahora lucía una gran cantidad de edificios al estilo occidental. Por supuesto, Enishi no estaba complacido por ello, pero aunque la influencia occidental se hacía visible en las calles, al menos Japón no se encontraba en el lamentable estado de servilismo y subyugación de China, y sus calles no se hallaban llenas de adictos al opio.

 

Eso, y hasta Enishi debía reconocerlo, era un punto a favor del gobierno Meiji.

 

Finalmente, abordaron el tren a la hora convenida y ocuparon el compartimiento privado que Gein había reservado para ambos.

Aunque el viaje no era largo, el efecto acumulado de la travesía por mar, las noches de insomnio, sumado al movimiento del propio vehículo hicieron que él finalmente sucumbiera al cansancio y se durmiera.

 

Cuando el sonido de un suave ronquido la alejó de la lectura en la que estaba tan abstraída, Asiyah suspiró aliviada. Le acomodó la dupatta que él se había quitado y se resbalaba lentamente por sus rodillas, mientras reflexionaba sobre los pasados diez días.

El viaje había sido una verdadera tortura, pero él había insistido en hacerlo de manera convencional, por barco.

Como criatura de fuego, odiaba las grandes extensiones de agua, en las cuales sus poderes se reducían drásticamente, haciéndola sentir casi tan indefensa como un humano.

Temía que la mezcla de su nerviosismo con la ansiedad del propio Enishi, hubieran sido los detonantes para provocar el severo insomnio que él había sufrido a lo largo de los últimos diez días.

Era una fortuna tener los pies sobre tierra firme de nuevo. Tuvo que resistir el impulso de arrodillarse y besar el suelo ni bien bajaron del barco. Seguramente él no hubiera estado feliz ante la visión...

Las cosas parecían volver lentamente a la normalidad... dentro de lo que cabía llamar normal en aquel fatídico viaje.

Un extraño presentimiento se estaba formando en ella desde el mismo día de la partida de Shanghai.

Cuando, en ruta hacia el puerto, pasaron por el Bund y ella trató de mostrarle la librería donde había adquirido su regalo, no había de ella ni trazas. De hecho, ni siquiera había un local allí.

Esa fue la primera señal de problemas.

Salvo por el hecho de ser japonesa, no había detectado en la vendedora nada inusual.

Pero el tema del libro que ella le había regalado era demasiado sugestivo para ser una mera coincidencia.

Moby Dick era la historia de un hombre tan obsesionado con la venganza que no tenía reparos en arriesgar su vida, la de los que lo rodaban y todo lo que poseía, con el único objetivo de alcanzarla... y lo pedía todo en el intento.

No había podido resistir y había dado una hojeada completa al libro, el mismo que ahora leía con todo detenimiento. Había demasiadas situaciones familiares y en vista de la súbita desaparición de la tienda y la vendedora, se preguntaba si realmente aquello no era una advertencia... o una velada amenaza.

 

Un desagradable sentimiento de inseguridad se estaba formando en ella. Por primera vez, experimentaba el miedo.

No había sentido aquello ni cuando se había enfrentado a la condena de las Venerables y al exilio; ni siquiera cuando Huen la había capturado había tenido aquella sensación.

Pero no temía por ella.

O tal vez sí.

Porque, ¿qué sería de ella si algo le sucedía a Enishi?

Odiaba ser vulnerable.

Odiaba que él estuviera en riesgo.

Perderse a sí misma tanto por él, nunca había estado en sus planes.

Encariñarse, sí.

Quererlo, tal vez.

Pero enamorarse...

Un error imperdonable. Pero, se dijo, ya no había vuelta atrás.

Cerró el libro y lo guardó en el pequeño bolso de mano que llevaba.

Se enfocó en el paisaje que pasaba ante sus ojos. No quería seguir pensando...

 

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Habían pasado dos meses desde su regreso de Kyoto.

 

Finalmente después de diez años de vagabundear, tenía un lugar al cual podía llamar con justicia ‘hogar’.

Había admitido por último que su lugar en medio de su nueva familia.

 

Ya había aceptado que de nada serviría partir.

Aún si ellos no lo siguieran para traerlo a la rastra nuevamente al dojo Kamiya, ellos ya estaban demasiado comprometidos por el contacto con él como para estar a salvo aún sin su presencia. De hecho, el alejarse de ellos probablemente los dejara más expuestos a una venganza de sus enemigos, que si se quedaba allí.

 

Así que, retomó sus viejas rutinas: hacer las compras, lavar la ropa, cocinar, ayudar con la limpieza, y añadió el ayudar a Yahiko con su entrenamiento. Por supuesto, siempre dentro del estilo Kamiya Kasshin.

Él sería el último maestro del estilo Hiten Mitsurugi. La escuela moriría con él. No había espacio en la nueva era para un arte tan letal como el Hiten. Pero sí para “la espada que protege la vida”.

 

Por otra parte, allí estaba Kaoru.

Sus sentimientos hacia ella eran cada vez más difíciles de reprimir. Le tomaba toda su concentración parecer el despistado e inocente Rorouni, totalmente inconsciente de los sentimientos de ella.

No se trataba de que no los conociera o los compartiera. Solo que no podía aceptarlos.

No los merecía.

El camino más seguro era evitarlos.

 

Desde la derrota de Shishio los sueños extraños habían cesado. Pero aún así tenía una la sensación creciente de que los tiempos de paz estaban prontos a finalizar. Un ominoso presentimiento se venía formando en los últimos días en su corazón.

 

Sería mejor sumergirse en la rutina. Lavar la ropa lo distraería de sus cavilaciones.

 

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Llegaron a Kyoto con tiempo suficiente para visitar la tumba.

Ella esperó, parada a respetuosa distancia, dándole la privacidad necesaria.

Era una lápida de piedra simple, sin inscripciones, que la marcaba.

Sobre el césped, reposaba un manojo marchito de crisantemos.

Él los despedazó con su pie, y los restos de las flores destrozadas flotaron elevados por un extraño viento que se levantó de repente.

 

-         Mis informes eran correctos.- siseó, la furia apenas disimulada en sus palabras- Battousai está en Kyoto.

-         Se hace llamar Kenshin, pero es él.

 

Como aparecida de la nada, una enorme y grotesca figura se adelantó, manteniéndose también a prudente distancia de su compañero. Enishi no parecía sorprendido, aunque Asiyah se sobresaltó.

 

-         Casi lo alcanza. Pero ya volvió a Tokio. Los otros cuatro decidieron no esperarlo y ya están en viaje hacia allá. Es comprensible que después de tanto tiempo de buscar la pista del hombre que perseguían desde el Bakumatsu, una vez que la encontraron se hayan impacientado un poco...

-         Quiero preguntarle algo... - La voz de Enishi había adquirido la peligrosa entonación desapasionada que Asiyah conocía muy bien- ¿Battousai aún conserva la herida con forma de cruz sobre su mejilla izquierda?

-         Sí. No lo he visto con mis ojos, pero en los informes de la gente de Shishio la cicatriz se mencionaba con frecuencia como pista para reconocerlo y seguirle el rastro.

 

Enishi seguí absorto mirando la tumba, sin darse la vuelta.

 

-         Entonces no ha desaparecido... Mi hermana aún no lo ha perdonado.- Enishi se dio la vuelta abruptamente e hizo un gesto a Asiyah, para que lo siguiera- ¿Has dicho Tokio?... Bien, ¿qué esperamos? En marcha, Gein.

-         Bien- de pronto, desde el interior de la grotesca figura, desgajándola como a una cáscara seca, vestido apareció Gein en su habitual traje de maestro titiritero bunraku, máscara y todo.- Supuse que querría partir lo antes posible, así que conseguí asientos para el primer tren de la mañana de regreso a Osaka. Desde allí podremos tomar el vapor a Tokio y estaremos allí en tres días. Tengo reservadas dos habitaciones en una posada discreta pero de buena calidad para esta noche.

 

Enishi echó una mirada de soslayo a Asiyah. Ella había palidecido ante la mención de un nuevo viaje en barco, pero no dijo una sola palabra. Sonrió. Ella estaba dispuesta a acompañarlo al mismo Infierno sin protestar. Pero esta vez, se lo haría más sencillo.

 

-         Gein-san, preferiría que Ud. se adelantara e hiciera los arreglos para conseguir alojamiento en el mejor hotel de Tokio para nosotros y nuestros... asociados. Mi esposa y yo tomaremos la ruta terrestre. Eso le dará el tiempo necesario para tener todo en orden a nuestro arribo.- Asiyah dio un respingo al oír la palabra “esposa”, pero se mantuvo tan en silencio como con la mención de otro viaje por mar.

-         Pensé que... bueno, no importa.- Gein lo miró con extrañeza- Como prefiera. Después de dejarlos en la posada veré como conseguir transporte para Uds.

-         No será necesario. Yo mismo me haré cargo. Una vez que nos separemos mañana nos volveremos a encontrar en Tokio. Le haré llegar las noticias de nuestra presencia en la ciudad de la manera habitual.

-         De acuerdo.

 

Gein se preguntó que se traería entre manos aquel hombre mortífero.

Su joven mujer no había emitido palabra desde el encuentro.

Era la segunda vez que la veía, y sabía que prácticamente iba detrás de Yukishiro a todo lugar donde éste se moviera.

Ese solo hecho dejaba claro que no se trataba de una mujer ordinaria.

Si sus informes eran correctos (y siempre lo eran), la jovencita aparentemente indefensa y frágil al lado del temido Tigre de Shanghai era de hecho ni más ni menos que su brazo derecho. Sabía además que lo había ayudado a escapar de al menos un intento de asesinato, e incluso se decía que había sido ella misma quien lo había rescatado del desierto varios meses atrás. Algunos llegaban tan lejos que afirmaban que ella era alguna especie de bruja.

 

Por una simple cuestión de elemental prudencia debería tenerla presente y mantenerla vigilada.

Por supuesto, eso era ‘información privilegiada’ y no la compartiría con los otros cuatro. De hecho, estudiaría la interacción de aquellos tontos con ella, para comprobar cuan ciertos eran sus datos.

Una leve sonrisa se formó en los labios ocultos por su máscara.

 

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Después de la partida de Gein, habían pasado los siguientes cinco días recorriendo Kyoto y sus alrededores. Primero, fueron al monte Hiei, donde había muerto Shishio. La visita fue breve, porque Asiyah estaba demasiado preocupada por los demonios y otros seres malignos que rondaban el lugar como para considerar su presencia en el sitio algo seguro. Luego, transitaron los sitios donde el drama se había ido desarrollando: la pensión donde el Clan Yaminobu complotó la muerte de Battousai y donde el mismo Enishi había vivido junto a ellos, la posada donde Tomoe había vivido rodeada de Ishin Shishi, las calles que habían sido testigos del horror del Bakumatsu, de la muerte de Akira, los restos  casi tragados por la maleza de la pequeña casa en Otsu donde Tomoe había vivido simulando ser la esposa de Battousai, el bosque... Y la despedida final a la tumba de Tomoe. Porque una vez que terminara sus asuntos con Battousai, Enishi sabía que jamás volvería a poner un pie en Japón.

 

Durante todo el tiempo, tanto Asiyah como Enishi notaron que eran seguidos. Había dos presencias claras, y otras menos evidentes, todos humanos. Y eran hechiceros. Enishi aseguraba que al menos uno de los dos más cercanos era otro maestro espadachín, pero lo más que ella pudo observar fue una capa blanca flotando y perdiéndose entra la multitud.

 

Al atardecer del último día, Asiyah abrió un portal mágico y en segundos, estuvieron en un área discreta de Tokio.

 

Después de una breve caminata, Enishi la subió a un carruaje, rumbo a la estación del tren que hacía el trayecto Tokio – Yokohama, y le pidió que lo esperara allí, para tomar el último tren del día. Gein había hecho arreglos para hospedarse en Yokohama en vez de en Tokio, lo cual le había parecido a Enishi algo muy conveniente.

 

Gein ya sabía de su llegada y antes de salir de Kyoto, Enishi sabía donde contactar al primero de los cuatro sujetos con quienes debía reunirse.

Y eso era lo que haría mientras Asiyah lo aguardaba en la estación.

Una vez que el carruaje se perdió de vista, dio la vuelta y con toda parsimonia, se dirigió a su meta: el Monte Ueno.

No había prisa, aún contaba con mucho tiempo.

Sonrió. Al fin las ruedas del destino se habían echado a andar.

 

-         Sí, Battousai. Hoy empezarás a conocer el verdadero significado de la palabra justicia.

 

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El sentimiento de algo terrible pendiendo sobre sus cabezas había estado presente en él durante todo aquel día, mucho más marcadamente en los días anteriores.

 

Su ánimo estaba tan oscurecido, que debió descargar su Ki en medio del campo de bambú. No quería alarmar a los demás, así que se alejó muy temprano por la mañana, antes que  alguno de ellos despertara y se dedicó a ejercitar su espíritu, para librarlo de las cargas negativas.

A pesar de lo temprano de la hora y de lo alejado del sitio, Tsubame, la pequeña ayudante del restaurante Akabeko lo había sorprendido. Pero estaba seguro que después de su pedido de discreción, la niña no abriría la boca.

 

No estaba con ánimos para fiestas, pero como Tsubame le recordó, Sano había organizado junto a Tae, la dueña del restaurante una pequeña celebración por su regreso de Kyoto. En realidad era por lo menos la quinta fiesta que hacían en honor del retorno, pero para Sano, nunca había suficientes razones para desechar una reunión con sake y comida.

 

Pero, como si el destino quisiera recordarle permanentemente quien había sido, cuando aquella tarde llegó al Akabeko, casi tropezó con un antiguo adversario. Lo recordaba bien, en medio de Toba Fushimi, lo había enfrentado y de un solo golpe le había cercenado la mano izquierda, su mano de combate.

 

Pero, aunque el hombre parecía no haberlo reconocido, no pudo evitar la catarata de recuerdos aflorando en su mente. Y a pesar de la algarabía a su alrededor, no pudo sino volver a aislarse sobre sí mismo.

 

Fue tan evidente, que el propio Sano inquirió el porqué cuando regresaban a casa, con un poco más de rudeza que el habitual, mientras Tae, Tsubame y Kaoru jugaban con las luciérnagas a la orilla del río. No pudo menos que decirle la verdad.

 

-         Así que le cortaste el brazo... Pero no te ha reconocido.

-         Sí pero...

-         Basta de peros... Es hora de que te acostumbres a vivir la paz y dejes de lado todos esos recuerdos que te atormentan. Mira hacia allá- Sanosuke señaló a las mujeres en medio de un mar de luciérnagas, riendo y corriéndose las unas  las otras- ¿Ves allí acaso el fantasma de la guerra?

 

De pronto sintió un sonido familiar, de una era pasada.

De la era de la guerra.

El eco clásico de un cañón amstrong.

 

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Cuando llegó a la cima del lugar acordado, se topó con un estúpido de cabellos blancos y una ridícula sonrisa atravesándole la bonita cara, que le partiría en dos si no hacía caso de su advertencia y se largaba de inmediato.

 

Pero el idiota conocía su nombre.

No solo eso. Era el tipo del que Gein había hablado, el tipo de China.

Con razón su estrafalaria indumentaria, con colores que atraerían a toda la policía de Tokio...

 

-         Ah, así que Ud. es el sexto, el hombre de Shanghai.

-         No, no soy el sexto. Estrictamente hablando, soy el primero. No pude dejar Shanghai antes a causa de mi trabajo, es por eso que Gein-san ha actuado como mi representante, pero soy yo el que los ha reunido y montado la operación, y es mi dinero el que la esta sosteniendo. Sin embargo, no habrá entre nosotros jefes ni subordinados. Somos todos iguales, camaradas trabajando hacia la misma meta.- Enishi hizo una breve pausa, permitiendo a la mole de carne tratar de procesar el significado de sus palabras- Pero, Kujiranami-san no ha respondido a mi pregunta inicial, ¿Cómo encontró al Akabeko? Tengo entendido que los dueños son del círculo íntimo de Battousai.

-         Hacía mucho tiempo que no comía una comida en paz, tratado como un ser humano...

-         ¿ Esta diciéndome que se retira?- Enishi enarcó una ceja. Gein le había asegurado que ninguno de ellos tendría contemplaciones sentimentalistas, pero...

-         ¡No!

-         Entonces, adelante.- Enishi volvió a sonreír- Tenga la precaución de no fallar, y considere que el viento está cambiando.

-         Un comentario estúpido.- Kujiranami lo miró de arriba abajo.

 

¿Quién era ese cretino pretencioso y arrogante que pretendía enseñarle su trabajo? Desenrolló los vendajes que cubrían su brazo amputado y un casquete y una clavija aparecieron montados sobre el muñón. De una caja oculta en el follaje, tomó el tambor de un cañón y lo montó sobre el muñón.

 

-         El arma es una parte de mí. ¡Kujiranami Hyougo no fallará!

-         Entonces, déjeme pedirle esto, Kujiranami-san, ¡toque a rebato con su nuevo brazo derecho, las campanas de nuestra venganza!

 

Kujiranami sonrió por primera vez en mucho tiempo. Luego se afirmó en el suelo y se apoyó contra el tronco de un enorme árbol sagrado. Tomó puntería y finalmente disparó.

 

-         ¡Tocadas!- exclamó, resplandeciente, al comprobar la eficacia de su tiro.

-         Excelente. Muy bien hecho, Kujiranami-san. Primer objetivo, cumplido. Bien, marchémonos antes de que esto se llene de indeseables. Tenemos una cita en Yokohama aguardándonos.

 

Enishi desdobló con cuidado una fina hoja de papel, donde con su refinada caligrafía había escrito en kanji dos caracteres inusualmente unidos, formando una única palabra: Jinchuu.

Con celo primoroso, buscó un árbol adecuado y clavó la nota allí.

 

-         El primer paso hacia la toma de conciencia del castigo que te espera Battousai. Espero que lo disfrutes tanto como yo...

 

La enorme mole humana a su lado lo miró con curiosidad. El tipo de cabello blanco era muy, muy raro... Se encogió de hombros. Mientras tuviera la oportunidad de acabar con Battousai, no le importaba si debía aliarse con el mismísimo diablo.

 

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Por enésima vez en el transcurso de la reunión, lanzó una maldición que hubiera hecho enrojecer a un marinero vikingo... si solo hubiera sabido que era un marinero vikingo.

 

Excepto él, todos los demás estaban de acuerdo en no intervenir directamente.

Era un suicidio. Pero no podía ir contra la decisión de la mayoría.

 

Tokio había sido astuta.

Imposible que no lo fuera. Así había atrapado al Miburo, y así lo mantenía bajo su control, sin que éste se percatara de ello.

Con esa misma implacable determinación y astucia, había manipulado e influenciado al resto del Consejo y los había volcado a su favor.

Ni siquiera dudó en hacer aparecer su postura como teñida de parcialidad, debido a su relación con su estúpido alumno.

No teniendo ella vinculación alguna con la Yinniyeh y Yukishiro, su propia posición se presentaba como mucho más serena y objetiva.

 

Y los del Consejo habían caído en su razonamiento.

 

El Lobo tenía una Zorra por esposa.

 

Hiko Seijuurou el Treceavo siempre supo que Tokio, como la gran mayoría de las mujeres, sólo traería dolores de cabeza.

Pero el esquema que ella había logrado imponer significaba prácticamente un suicidio para la comunidad de las Islas.

 

Estando aislados del Continente, habían logrado sobrevivir por milenios después de la Gran Guerra, y ese aislamiento les había garantizado paz y prosperidad.

Pero con el paso del tiempo, sucedió entre ellos lo mismo que entre los líderes de los Clanes del Continente.

Las medidas de emergencia para solucionar los problemas inmediatos se convirtieron en leyes inflexibles y una gran parte de los hechiceros y Yinn de las Islas corrieron una suerte similar a la de sus pares del Continente.

A medida que los siglos pasaron, la incomodidad fue en aumento y estallaron focos de rebelión en ambos territorios, que intentaron cambios en las sociedades.

 

En aquellos pocos sitios donde triunfaron, lo lograron produciendo un equilibrio entre los sexos y formando Concilios donde tanto hechiceros como Yinn colaboraban y gobernaban conjuntamente a ambas comunidades.

La mayoría de los Yinn por desgracia, y sus hechiceros asociados, habían sido mantenidos en la oscuridad acerca de estos grupos, y ni siquiera sabían de su existencia, y si los conocían eran altamente mal informados, con el objetivo de mantenerlos alejados de ellos.

 

El Clan de Mongolia había sido por lejos el más exitoso, manteniéndose completamente al margen de todos los demás luego de la abolición de las viejas costumbres, y lo habían conseguido seiscientos años atrás, y se decía que debían su libertad a la última encarnación del Tigre, que se había sacrificado para que lo lograran. Eran quienes se habían mantenido libres por más tiempo, aunque no los primeros en levantarse.

Lograron obtener uno de los Libros de los Primeros, que revelaba parte de los secretos de las antiguas artes que habían sido selladas por el Creador hasta los tiempos de la Última Confrontación.

Había otros dos libros similares, pero se les había perdido el rastro desde el fin de la Gran Guerra.

Los Yinn de Mongolia tenían la creencia de que el Gran Tigre de las Estepas (sus estepas, según los muy arrogantes) se presentaría entre ellos cuando éste caminara nuevamente sobre la Tierra y reclamaría el libro, por lo tanto su dueño natural él y sólo a él le cabía mirar en sus páginas.

Por eso nunca lo habían compartido con nadie, a pesar de que los dueños de las palabras que liberaban sus sellos eran los miembros de la familia de Tokio.

De allí su particular influencia sobre los miembros del Consejo.

El hecho de que Yukishiro Tomoe pusiese al tanto de la existencia del texto a Asiyah, y que los Yinn de Mongolia lo entregasen casi sin condiciones al hermano de la primera, no solo era poco propicio, sino marcadamente peligroso.

 

Bueno, al menos así lo entendía él. Tokio creía exactamente lo contrario.

 

En las Islas también se habían dado focos rebeldes, y aunque también tuvieron éxito, este fue menor y sólo controlaban parte de las Islas, hasta que el debilitamiento entre los hechiceros a causa de las masacres masivas durante el Bakumatsu, acabaron dejando sin apoyo a los Yinn que mantenían el antiguo régimen.

Y finalmente éstos habían sido derrotados.

Pero el daño ya había sido hecho.

 

Como medida desesperada, habían tratado de destruir a los Protectores, antes de que cayeran en manos del nuevo movimiento, y los sometieron a todo tipo de horror y peligro imaginables. Pero la consecuencia más dramática de las acciones de los antiguos rivales había sido el lograr convertirlos en enemigos mortales.

 

Solo tuvieron éxito completo protegiendo a Saitoh, uno parcial con su estúpido alumno y un rotundo fracaso con Yukishiro, aunque contra todo pronóstico, fue el que más se aferró a la vida y sobrevivió lejos de todo auxilio. Aunque debía reconocer que eso lo hacía especialmente prometedor para la batalla que se avecinaba, la forma en que su alma, su espíritu y su mente se habían perdido en el proceso lo convertían en un peligro más que en una ventaja.

 

<La imprevisibilidad del Tigre, su rebeldía, su obstinación, la naturaleza despiadada y egocéntrica, los peores atributos de la Bestia son los que predominan en él. Es un chico caprichoso y maleducado jugando con un cañón en medio de una multitud.> pensó Hiko

 

Yukishiro era una especie de perro rabioso.

Tal vez el perro antes de enfermarse fuese de enorme utilidad protegiendo viviendas, cuidando el ganado, o hasta salvando vidas. Pero una vez que el perro se enfermaba de rabia, solo había una solución. No había vueltas atrás.

 

Por eso la decisión del Consejo de no detenerlo antes de que fuera sobre Kenshin ni de interferir en su encuentro en modo alguno le parecía literalmente un suicidio.

 

Si eliminaban a Yukishiro, solo perderían un tercio de su fuerza. Pero si dejaban que se enfrentara a Kenshin, no solo lo arriesgaba a él y a toda su ‘familia’, sino que inevitablemente el Lobo se involucraría también. Y en vez de perder a  uno, podrían perderlos a los tres... Y a una cantidad de víctimas inocentes también.

 

Lo habían seguido, a él y a la Yinniyeh, durante su estadía en Kyoto. Y las perspectivas no eran alentadoras.

 

-         No. No estoy de acuerdo. Es...

-         ...un suicidio- Lo interrumpió Tokio, haciendo girar los ojos en disgusto- es la enésima vez que lo dices. Pero mientras exista la posibilidad de restaurar la naturaleza de Protector sobre Yukishiro debemos intentarlo.

-         No funcionará. Está podrido desde dentro. Es un perro rabioso y si uno quiere evitar que la rabia mate a los humanos, elimina al perro.

-         Hiko-sensei... No quisiera recordarle que Ud. también abogaba por la eliminación del Okashira y de  Seta Soujirou, como casos irremediables. Sin embargo Kenshin...

-         Bien, el caso del Okashira es especial. No se había perdido totalmente. En cuanto al chico Seta, aún no tenemos certeza. Una vez que un demonio los marca...

-         El chico está teniendo progresos notables para ser sólo dos meses desde que comenzó su camino. En cuanto al Okashira... casi asesina a su propio mentor y traicionó a sus subordinados, exponiéndolos a un ataque letal. Ambos volvieron. Yukishiro tiene la misma chance.

-         Es distinto. Muy distinto.

-         Si Kenshin dejó atrás a Battousai, Yukishiro encontrará el camino también. Entiendo su negativa a aceptar que puede equivocarse.

-         ¡Suficiente! Esto no es una cuestión de quien se equivoca o no, se trata del bienestar de la comunidad.  Ahora, me someto a la decisión de la mayoría, una decisión que será lamentada por las generaciones que nos  sucedan, si es que queda alguna.

-         Bueno eso era lo que deseábamos saber, Hiko-sensei. Ninguna interferencia, a menos que el Consejo la autorice expresamente.

-         Ninguna interferencia, de acuerdo- resopló Hiko.

-         Ahora, debemos movernos hacia unas noticias muy perturbadoras. El demonio que se fundió con Shishio, se ha levantado en armas contra las huestes del actual amo de los Infiernos. – dijo un Yinn de una edad no mucho mayor a la de Asiyah misma. Ninguno de los Yinn varones que habían escapado al antiguo régimen y sobrevivido la rebelión (que había durado doscientos cincuenta años) sobrepasaba los doscientos veinte años de edad.

-         Puede favorecernos... mantendría a los demonios ocupados en sus propios problemas.- dijo Hiko

-         Si estuviéramos en otra situación tal vez fuera así, pero tenemos que Shishio tiene una cosa personal contra Kenshin, Saitoh... y también contra Yukishiro y la Yinniyeh.- comentó Tokio

-         ¡Mierda!

-         Hiko-sensei, por favor...

-         Malditas mujeres y sus malditos modales delicados...

-         El punto es que Yumi, que como es de suponerse esta junto a Shishio, ha estado interfiriendo en los sueños de Kenshin y en los de Asiyah. Lo más serio es que le ha estado dando imágenes falsas a la Yinniyeh de lo que ocurrió con Tomoe,  acrecentando su animosidad hacia Kenshin.

-         ¡Ja! ¿Y aún pretenden decirme que podemos salvar la situación? ¡La única forma es eliminando a Yukishiro! ¡Bastante mala es la relación entre Kenshin y el Lobo, para entremezclar un elemento tan volátil como es el Tigre enloquecido, bajo la protección de una Yinniyeh influenciada por un demonio!

-         Hiko-sensei, seguiremos el progreso paso por paso y si hay más riesgos de los necesarios, entonces intervendremos, aunque evitaremos toda medida drástica. Lo que deba suceder, sucederá. O las tres Bestias se reúnen bajo la misma causa, o se destruirán entre sí. Pero si bien no alentaremos la destrucción de ninguno de los tres a manos de sus iguales tampoco lo impediremos. Bajo ninguna circunstancia. Esta en manos de los tres decidir el futuro de la Era.

 

Hiko Seijuurou, Maestro del Hiten Mitsurugi Ryuu, renombrado artista de la cerámica, Gran Mago del Japón y maestro de hechiceros debió admitir para su pesar, que había sido derrotado por la astucia de una Zorra.



[1]  Es la misma dupatta o mantón que Asiyah usa en la escena del capítulo 14 cuando van en el carruaje, de regreso de dejar a Shishio en el Rengoku.