I do not own ANY of Rorouni Kenshin characters in any way or extent. However any other characters involved who came from my pen belong to me.

 I wrote this for pleasure purposes only, so please don’t sue me, since I do not intend. To make any profit from my fic.

 

Note: Be warned. It will include violence, some use of profane language, and will include some extent of explicit sexual contend in later stages  I’ll rate chapter by chapter, according it’s contends

 

The story begins few month before the events of Kyoto Arc, so it will include spoilers and  some elements from it as well as from the Revenge Arc too, although my fic will not follow neither the anime nor the manga, and I will break some rules.

 

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Kamui : Mil gracias por tus comentarios. Definitivamente, Tomoe hará algunas apariciones “estelares” en el fic, aunque como espíritu, por lo menos POR AHORA...Veremos que nos depara el futuro...Jejeje.

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Divisaron las nubes de arena moviéndose hacia ellos justo antes del amanecer.

Eran lo suficientemente grandes para asegurar que se trataba de una caravana en movimiento y no de bandidos.

A pesar de su debilidad, Enishi consiguió ayudar a la mujer a desarmar la tienda y  cargarla en el lomo del camello.

Luego, montaron y se dirigieron hacia la columna que avanzaba.

 

Cuando llegaron hasta ella, antes de que Asiya pudiera decir palabra, Enishi se adelantó e hizo los arreglos necesarios para poder unirse a la caravana. Después del shock y la ira iniciales por aquella brusca muestra de autoritaria intromisión en sus decisiones, Asiya admitió para sus adentros que la acción de Enishi había sido definitivamente la más prudente. En aquellas regiones la opinión o palabras de una mujer valían tanto como cualquier puñado de la arena que los circundaba arrojado al viento. Simplemente, el jefe de la caravana ni siquiera se hubiera detenido a hablar con ella o la hubiera considerado seriamente. O tal vez peor. Quizás, habrían tratado de capturarla. Y entonces no hubiera tenido otra salida que pelear...

 

No era que realmente no pudiera arreglárselas sola. Estaba desterrada para siempre del reino de los Yinn,  pero mantenía intactos todos y cada uno de sus poderes. De hecho, a medida que pasaran los años, éstos se incrementarían de la misma manera que si hubiera permanecido entre los suyos. Sin embargo, si vivía entre humanos, debía mantenerse dentro de sus reglas de juego, aunque estas la irritasen. Y vaya que la irritaba el cambio de una sociedad jerárquica y matriarcal, a una igualmente jerárquica pero absolutamente machista y patriarcal.

 

Después de la sentencia de las Venerables y su expulsión, su plan inicial había sido trasladarse directamente a alguna de las grandes ciudades del interior de China y dejar al humano allí. Sin embargo, pensó que tal vez el despertar estando todavía en el desierto acarrearía menos preguntas que el levantarse en medio de Beijing o alguna de las grandes ciudades imperiales. Así que se trasladó a un lugar que sabía sería atravesado por una caravana en cuestión de horas, dándole al humano suficiente tiempo para despertarse y recibir algunas explicaciones simples y más o menos convincentes.

 

Lo miró con el rabillo del ojo. A pesar de la evidente incomodidad al cabalgar, debida tal vez a los días de inmovilidad y al dolor residual de sus heridas, parecía lo suficientemente repuesto para arreglárselas por sí mismo.

Estaba resuelto.

En el momento en que llegasen a Dunhuang, lo dejaría y desaparecería. No quería recordatorios de su miseria dando vueltas a su alrededor.

 

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A medida que avanzaban en su marcha, Yukishiro Enishi se ensimismaba cada vez más profundamente en el cuidadoso repaso de las circunstancias que lo habían llevado a la presente situación.

 

Después de negociar y tratar infructuosamente durante años de establecer conexiones con los jefes que dominaban el Oeste de China (y por consiguiente la productiva Ruta de la Seda... y del opio), había logrado finalmente una alianza muy beneficiosa con ellos. Xian Zedong, la cabeza más importante del trafico de opio hacia América, había sido crucial para su éxito, pues era él quien lo había puesto en contacto con sus propias “relaciones” en el Oeste . El era  un jefe antiguo y muy respetado, pero admiraba a Enishi por su audacia y en cierta forma lo patrocinaba, a pesar de que era un extranjero, un japonés, para ser precisos, los que en China nunca habían sido demasiado populares.

 

Enishi no estaba interesado en el opio, por lo que no constituía para Xian ni una competencia ni una amenaza. El solo estaba interesado en la comercialización de armas. Y Asia Central era un lugar muy prometedor.

Con las guerras entre los ingleses y afganos, la inestabilidad perenne en Persia, y el expansionismo ruso en la región, más los continuos levantamientos contra el poder colonial británico en la India, el área aseguraba interesantes y continuos dividendos.

 

Pero había también riesgos muy altos que correr. La región estaba dominada por traficantes occidentales y los propios gobiernos gaijin, que procuraban desestabilizar internamente a las potencias enemigas del área, apoyando y alimentando las revueltas internas de la región. Decididamente, la intervención de “agentes libres” como él, no sería bienvenida.

 

Los rusos proveían de armas a los indios y afganos, para que atacaran a los ingleses. Los ingleses, vendían armas a los persas, para que atacaran a los rusos. Los alemanes asesoraban y aprovisionaban a los turcos, también en contra de rusos e ingleses... Y lo hacían de manera directa o a través de respetables fachadas comerciales como la Compañía de las Indias Orientales... o de no tan respetables contrabandistas. Sin embargo, el costo de tales intromisiones de los occidentales era demasiado alto, y no en oro o valores precisamente. Tratar con ellos era como venderle el alma al Diablo. Ellos no hacían esto como un negocio entre partes, sino con el objetivo de ocupar y colonizar todo Oriente, imponiendo esclavitud, modo de vida y dominio absoluto sobre los que no eran blancos.

 

Y el odiaba a los occidentales.

 Tenía razones muy personales para hacerlo.

 

Perry , el americano que había provocado el Incidente de los Barcos Negros, forzando a Japón a abrirse al comercio con las potencias occidentales, fue la chispa que inició el Bakumatsu no Duran, concluyendo con la caída del régimen del Shogunado Tokugawa y el establecimiento de la Restauración Meiji. 

 

Si los occidentales no hubiesen sido tan codiciosos, hubieran dejado a Japón en paz.

Y la guerra no hubiese estallado.

Kyosato Akira, el prometido de su hermana, nunca hubiese tenido que marchar al combate, y por lo tanto no hubiera muerto a manos de Hitokiri Battousai. Tomoe se hubiera  casado con aquel hombre y nunca habría dejado Edo.

 

Y sobre todo, seguiría viva.

 

El bosque cerca de Otsu, el fulgor de la espada de un asesino cortando carne y seda blanca, y la sangre de su hermana sobre la nieve, solo serían parte de una horrible pesadilla producto de algún demonio de la noche jugando en su cabeza y no la agobiante realidad que plagaba cada minuto de sus días.

 

Oh, si...tenía muy buenas razones para odiar a los occidentales. Casi tanto como odiaba a Hitokiri Battousai. Su cuñado. El asesino de su hermana.

 

Y nada evitaría que tomara su venganza tanto de los unos, como del otro.

 

Venderles armas a los rebeldes, bandidos y contrabandistas del área de Asia Central, no solo era un buen negocio, sino una sutil forma de represalia. Al menos contribuía a que la vida de los occidentales en la región no fuese tan fácil. El producía las más sofisticadas en Shangai, tomando ventaja del dominio occidental sobre la ciudad, lo que le permitía una mayor libertad de movimientos y facilidades extra para sobornar a los funcionarios que solo venían a enriquecerse a la ciudad, y contrabandeaba las armas más habituales, como rifles y pistolas, vía América.

 

En cuanto al gobierno Meiji de Japón y a Battousai mismo, tenía en mente algo muy especial para ambos...Una sonrisa cruel botó de sus labios

 

Se apartó por unos momentos de sus pensamientos de venganza para volver a cavilar sobre los últimos acontecimientos.

 

La reunión había sido un éxito completo.

Sin embargo, en medio de su regreso, su grupo fue emboscado inesperadamente. Los guías habían sido los primeros en  ser atacados, con la clara intención de que si lograban rechazar el ataque o alguno escapaba con vida, no pudieran huir de las garras inmisericordes del desierto. Un plan realmente excelente, que el mismo podría haber ideado: esperar a que las negociaciones concluyeran, emboscarlos  y cosechar los frutos del encuentro. Lo que lo llevaba a la conclusión de que o bien otro de los jefes de Shangai había querido tomar su organización (cosa poco probable dado el delicado equilibrio concertado de común acuerdo entre todos los jefes para evitar enfrentamientos que disminuyeran  las ganancias generales) o bien alguien de su propio entorno había intentado traicionarlo. La opción más lógica era la segunda, por supuesto.

 

Prácticamente toda su gente había sido liquidada en los primeros momentos. Pero los atacantes no constituían ningún desafío para él, y aquellos que habían sobrevivido al contraataque de los suyos, no tuvieron tanta suerte contra su pistola y su espada.

 

Una vez liquidados los atacantes, dos de sus acompañantes a pesar de estar muy mal heridos y él mismo, con dos profundas lesiones de espada, trataron de regresar sobre sus pasos, en busca de auxilio, pero las dunas eran muy traicioneras si no se era un guía experto, porque cambiaban continuamente de lugar, borrando las huellas que habían dejado. En muy pocas horas, comprendieron que estaban irremediablemente perdidos.

Sus dos acompañantes duraron solo un día, a causa de sus heridas.

Tomó sus provisiones y su agua y siguió adelante, esperando cruzarse con alguna caravana que por milagro pasase por allí. Vagabundeó por lo que le parecieron cerca de diez días, los primeros cuatro a lomo de su fiel caballo mongol, hasta que éste no pudo resistir el esfuerzo y murió de agotamiento. Luego, sólo siguió adelante, caminando y resistiéndose a caer. Tenía una promesa a su hermana  por cumplir y eso era motor suficiente para no ser presa fácil de la muerte.

 

La fortuna quiso sonreírle una vez más, como cuando había sido rescatado de la muerte en las sucias calles de Shangai hacía tantos años atrás, y aquella mujer y su hermano lo libraron una vez más de sucumbir .

 

Miró a la extraña mujer que cabalgaba a su lado. No parecía demasiado preocupada por la suerte de su hermano, aunque se había desvivido por hacerlo sentir confortable desde que había despertado. Algo sumamente curioso para una hermana normal... o al menos lo que él consideraba normal, que no siempre coincidía con lo que los demás opinaban al respecto.

Si no supiera que ninguna mujer podría manejarse o sobrevivir sola en aquel lugar salvaje, no tendría ninguna duda de la inexistencia de aquel supuesto hermano.

 

Cuando la ayudó a desarmar la carpa, encontró una pistola y balas entre los utensilios. Por precaución, la cargó y la ocultó entre sus ropas. Si ella lo traicionaba, tal vez no podría matarla, pero sin duda la haría pagar. Después de todo, había cosas perores que la muerte. Especialmente para las mujeres.

 

Volvió a mirarla, ahora con un poco más de detenimiento. Llevaba una larga túnica de algodón azafranado y tenía la cabeza parcialmente cubierta con un manto, pero podía vérsele el cabello lo suficiente como para que inmediatamente los ojos del más desaprensivo observador se posaran allí. Eran del más increíble color carmesí, un tono muy poco habitual para esta parte del mundo, y destellaban como si con cada uno de sus movimientos brotaran chispas. Tuvo en súbito dejà vú. El cabello de Battousai era del mismo color...

 

Como si sintiera la corriente de rabia que lo estaba invadiendo, ella lo miró con una expresión de interrogación en el rostro. La piel blanquísima, los enormes ojos almendrados color esmeralda y las doradas chispas danzantes dejaron en evidencia que la similitudes no terminaban solo en el color del cabello.

 

La piel de Battousai era blanca, y hacía suponer que su madre era gaijin, lo mismo que sus ojos lavanda y el color fuego de su cabello. La piel de Asiya era aún más blanca, casi una porcelana traslúcida, y el color de sus ojos y cabello también revelaban cuando menos una herencia mixta. Los rasgos, tanto de Battousai como los de Asiya en cambio indicaban características netamente orientales, si bien en el caso de ella no se trataba evidentemente de herencia china ni japonesa. Lo más probable era que fuera producto de la unión de algún soldado británico con alguna mujer hindú.

Lo que la volvía inocultablemente exótica y llamativa.

Detalles que otra vez lo llevaban a preguntarse que hacía allí sola. Cualquier bandido o jefe de caravana inescrupuloso podía hacerse una fortuna vendiéndola a alguna casa de placer o como concubina, un hecho bastante común cuando se hallaba la oportunidad de sorprender a alguna mujer atractiva sola.

Aún se encontraba en aquel tren de pensamientos, esperando no tener inconvenientes por culpa de ella, cuando notó que algo brillaba al sol sobre su mano. Cuando miró con mayor detalle, estuvo a punto de caerse del caballo a causa de la sorpresa.

Definitivamente aquella mujer estaba loca .

El anillo en su mano despedía el inconfundible resplandor de los brillantes.

 

-         ¿Qué crees que estas haciendo?- le susurró entre dientes apretados poniéndose a la par y mirando a su alrededor 

-         ¿Q-qué?

 

Con un ademán brusco, quitó su mano de las riendas y le sacó el anillo que refulgía en su mano.

 

-         ¿Qué crees que nos harán si alguien ve esto? Escóndelo discretamente.  Que nadie lo vea. Y trata de pasar más desapercibida. No hables ni mires a nadie. Podrías darle ideas a alguien que quisiera hacer fortuna rápidamente.  Si algo sucede y es a causa de una cosa estúpida que hayas provocado tú misma, no moveré un dedo para defenderte.

-         Cuanta amabilidad...Absolutamente conmovedor.

-         Definitivamente.- resopló él

 

Por precaución, permanecería lo más cerca posible de aquella imprudente mujer por lo que restara del viaje.

 

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Después del incidente con el anillo, miró al arrogante humano con rabia.

Si bien tenía razón, esperaba un poco de amabilidad y cortesía de alguien a quien ella le había salvado la vida. Además...ella podía dar cuenta de cualquier estúpido que tuviera la peregrina idea de meterse con ella sin necesidad de la ayuda de ningún varón...mucho menos de un varón humano.

Eso, sin contar con las propiedades del anillo en sí, que como todo objeto mágico tenía la capacidad de reconocer a su dueño y si caía en manos equivocadas podía “defenderse” convenientemente.

Aunque, mirándolo con más detalle, no podía dejar de sonreír ante la idea de aquel hombre “protegiéndola”, aunque fuera de manera tan áspera.

Y definitivamente, él estaba tomando ese papel, cabalgando tan cerca de ella que sus rodillas se tocaban, como para no dejar lugar a dudas de que no viajaba sola.

 

Sacudió la cabeza levemente, reprimiendo una carcajada que pugnaba por salir de su garganta.

 

Al menos, reía.

 

Las últimas horas habían sido tan irreales...

El mundo se desmoronó sobre su cabeza en el momento en que las tres Venerables habían pisado su lugar de retiro.

Nunca lo habían hecho en cincuenta años, por lo que no le cabía duda de que alguien la había visto y denunciado sus acciones, a pesar de todos sus cuidados.

Como se le había advertido, la sentencia era final e inapelable. Pasaría el resto de su existencia material en el mundo de los humanos, sin posibilidad alguna de retornar al reino de los Yinn.

Sin embargo, no se fue con la cabeza gacha y en silencio. Alzo su voz fuerte y clara y dijo lo que debía decir, desquitándose de todo cuanto había guardado por casi doscientos años, es decir, desde el momento en que alcanzó la edad suficiente para cuestionar el orden de las cosas.

 

Pero, aunque se marchó con dignidad, el dolor no dejaba de ser apenas tolerable. Nunca más estaría en compañía de los de su clase. Ningún humano, por más que se esforzara sinceramente, podría comprender las angustias, alegrías o experiencias de una yinn.

Suspiró y volvió a mirar a su lado.

Otra vez sonrió, pero había tristeza en el gesto. Seguramente, pensó con no poca ironía, Dios había decidido jugarle una broma muy pesada. Había arriesgado y perdido, y lo había hecho por un humano rudo, duro y arrogante...

 

 

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Finalmente, después de cinco días de agotadora marcha y un par de detenciones en dos misérrimos oasis, llegaron a Dunhuang, sin más incidentes que un par de peleas menores que Enishi se las arregló para finalizar segundos antes de comenzadas. Definitivamente, era un excelente guardaespaldas...

Por lo demás, las cosas no habían cambiado demasiado durante el resto de la travesía.

Enishi era muy poco comunicativo. No perdía el tiempo en charlas banales ni se metía en los avatares de las vidas ajenas. Por otra parte, tampoco permitía que se metieran con la suya. Cuando hablaba era medido, preciso y cortante, como el filo de una buena espada y bastante autoritario.

 

A pesar de todo, el hecho de dejarlo no le era del todo agradable. Simplemente tenía ganas de golpearse la cabeza contra el muro más próximo por semejantes pensamientos. En realidad, no sabía aún que era lo que la atraía inexplicablemente al humano. Se tranquilizó diciéndose a sí misma que seguramente se debía a que era lo único conocido a lo que aferrase ahora que debía emprender una vida en este reino. Pero la decisión ya estaba tomada.

 

Una vez dentro de la ciudad, se separaron del resto de la caravana. Claramente, él tenía idea de donde dirigirse, porque después de un corto tramo, se encontraron a las puertas de una pequeña tienda.

 

-         Desmonta y ven conmigo. Aquí esta mi gente. Ellos te ayudarán a encontrar a tu hermano y a tu familia dentro de la ciudad. Mientras tanto, podrás descansar, darte un baño y comer comida decente.

-         Yo...

-         Si hubiera querido hacerte algo, ya lo hubiera hecho mucho antes. Vamos- dijo con impaciencia, tendiéndole la mano para ayudarla a desmontar.

 

Evidentemente, él malinterpretó su momento de duda. Ella simplemente quería dejarlo a salvo y desaparecer lo más rápidamente posible. Las cosas se complicaban...

Una vez adentro de la tienda, el anciano que la atendía casi sufre un ataque al ver a Enishi. Parecía como si hubiese visto un fantasma...Sus gritos de terror  atrajeron a un grupo de hombres fornidos y armados, que se quedaron tan pasmados al ver a Enishi como el anciano.

 

-         ¿Van a quedarse todo el día ahí parados mirándome, idiotas?

-         Je-je-jefe...- alcanzó a decir uno con una expresión semi catatónica- Esta vivo...

-         ¿Podía acaso ser de otra manera? Tengo cosas que terminar todavía, no puedo morir aún.- gruñó mientras forzaba su camino hacia el interior, empujando a los hombres que se hallaban en su camino.- Envíen un mensaje a Wu, avisándole que los informes sobre mi muerte han sido grandemente exagerados. Quiero un reporte detallado de TODO lo que pasó en mi ausencia. Y atiendan a la dama que vino conmigo. Denle todo lo que les pida. Que nadie la moleste. Esta bajo mi protección personal. Ah, perdió a su hermano en el desierto, encuéntrenlo. Y busquen a los parientes que tenga en la ciudad y avísenles que esta segura. Y protegida.

-         No es necesario que...- Asiya empezaba a sentirse atrapada

-         Insisto.- dijo Enishi en un tono que no admitía discusiones, mirándola con ojos acordes – Dale los nombres y las señas a mis hombres y ellos traerán a tu familia aquí. Ahora, excúsame. Voy a darme un baño y a dormir. Te veré a la hora de la cena.

 

< ¡Maldición! ¡Maldición!...¿Qué voy a decirles?...Piensa...piensa...>

 

Los hombres de Enishi, que definitivamente era temido por ellos, la miraban como estudiándola pero sin fijar sus ojos directamente en ella. Seguramente temían la ira de su jefe, si hacían algo que la ofendiera...Sentía curiosidad por averiguar que tipo de sujeto era Enishi, como para provocar semejantes reacciones en hombres de apariencia tan temible como los que tenía delante. Pero, ese no era su problema inmediato. Ella nunca había estado antes en Dunhuang, por lo que era imposible que diera pistas sobre lugares en la ciudad. Por otro lado, era evidente que no tenía parientes de NINGUN tipo allí. Poniendo su mente a funcionar a toda velocidad, inventó algunos datos y nombres y luego se dejó conducir a una habitación amplia, con pocos muebles, pero muy confortable.

Tenía poco tiempo para desaparecer, antes de que descubrieran que la información que les había dado era falsa...

Se acercó a un escritorio que había en el cuarto, buscó papel y tinta y escribió una nota. Un pequeño zurrón apareció de la nada en su mano, y susurrando unas palabras abrió una puerta mágica y salió de la habitación, sin mirar hacia atrás.

 

 

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-         Averigua todo acerca de ella y su familia. Quiero que tengan la provisión adecuada de ahora en adelante y si alguno de ellos tiene problemas o necesita trabajo, ve como solucionarlo de una manera que me complazca.  Me mantendrás al tanto de sus asuntos. Visita a Luang y  cómprale una docena de los mejores vestidos que tenga, que los anote en mi cuenta. Y ve a la caja fuerte y tráeme el arcón pequeño, y déjalo sobre la cama. También separa y tráeme una bolsa de monedas de oro. Asegúrate que este la chica esté cómoda. – Enishi cerró los ojos recostándose en la tina- Ah...y cuando encuentres a su familia...convéncelos...de que ella estará mejor si viene conmigo a Shangai.

-         Aposté guardias a la puerta de su cuarto como ordenaste. Y Li  y Xuen fueron en busca de sus parientes. También mandé a una partida en busca de su hermano. Y ya me ocupé de enviar las novedades de tu ...regreso...a Shangai.

-         Bien. Están los asuntos resueltos, al menos por el momento. Déjame solo. Ven a verme en cuanto tengas novedades respecto a la chica y su gente. Y haz que preparen una cena decente. Largo.

 

Después del baño, se vistió y se arrojó en la cama. Necesitaba descansar. El viaje de regreso a Shangai era muy largo...

 

Golpes en la puerta lo despertaron. Ya era de noche. Se levantó e hizo pasar a su lugarteniente en aquella ciudad.

Por su aspecto, sabía que no traía buenas noticias. El hombre sudaba y temblaba de pies a cabeza. Dos hombres, en condiciones aún más miserables se hallaban a sus espaldas.

 

-         ¿Qué-sucede?- preguntó haciendo una pausa entre las palabras, con los brazos cruzados al pecho

-         Es sobre la chica...

-         ¿Qué hay con ella?

-         Los datos que nos dio...aparentemente son falsos...nadie conoce a esa gente, ni nadie la ha visto jamás por aquí...- el hombre se apresuró a agregar velozmente- pero puede que nos hallamos equivocado y su familia se encuentre en otra parte de la ciudad...

-         Mmmm...Iré a verla y yo mismo la interrogaré. Seguramente, con su acostumbrada incompetencia, omitieron algo.

 

Enishi golpeó a la puerta del cuarto, sin obtener respuesta. Finalmente, después de insistir en varias oportunidades, la  abrió un poco, por si acaso ella estuviera en alguna situación...incómoda.

No necesitó inspeccionar el cuarto con detalle para saber que ella ya no estaba allí. Y ni siquiera estaba en el edificio.

Levantó a los guardias en el aire y los arrojó contra las paredes, en un ataque de furia. Simplemente no podía creer que una mujercita hubiera podido escapárseles en las narices.

 

Era evidente que cuando uno quería una cosa bien hecha debía hacerla uno mismo. Con largos pasos se dirigió a su cuarto a vestirse. Saldría él en persona a encontrarla, y vaya que tendría que contestarle algunas preguntas...

 

Antes de salir, encontró sobre su cama una bolsa y una nota. Eran de parte de Asiya.

 

“ Lamento no poder quedarme. Te debo una cena. ¿Otro día tal vez? ...No....no creo que nos volvamos a ver...

 No te preocupes por mi “familia” ni mi “hermano”. Nunca los hubo. No era mi intención mentirte, pero no tuve otra alternativa debido a las circunstancias. Créeme, son realmente...complicadas...Y dudo mucho que estés en capacidad de entenderlas.

Disculpa las molestias que te ocasioné durante el viaje, con esos dos tipos.

Conserva el caballo. Te servirá de reemplazo para el que perdiste en el desierto. Deduzco que no tendrás inconvenientes en regresar a tu hogar, pero por si acaso...te dejo la bolsa, para los gastos del viaje. Si no la usas para eso...bien, puedes conservarla.

No me busques, pues no me hallarás.

Espero que tengas una vida agradable y obtengas el anhelo de tu corazón.

 

Asiya”

 

Abrió la bolsa. Perlas de incalculable valor, como nunca había visto asomaron entre sus dedos. Sacudió la cabeza con incredulidad. El que pensaba recompensar, se encontraba con una fortuna en perlas en su mano...

 

Miró a sus subordinados y tomó una decisión : gente tan incompetente que no podía evitar que una jovencita de no más de dieciocho años se escapara de su cuarto y se introdujera con  toda facilidad al suyo, se llevara un caballo y su camello sin ser notada siquiera, no tenían utilidad dentro de su organización.

En cuanto llegara a Shangai, enviaría reemplazos adecuados.

 

Y encontraría a Asiya, aunque debiera dar vuelta a China como a un guante.

 

Observó el cielo a través de la ventana de su cuarto, pensando en ella.

 

< ¿Quien eres, Asiya? ¿Quién eres en realidad? >

 

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Dos días después, en Shangai...

 

-         No...no es posible...no puede estar vivo...No se puede salir de “el que no se regresa”*

 

De pronto, recordó el escritorio del despacho de su resucitado jefe...

 

-         ¡Rápido! ¡ No se queden ahí parados!...Llamen a un restaurador de muebles... ¡Oh, Cielos! Si se llega a dar cuenta me cortará en finas fetas ...

 

Y un escalofrío lo recorrió al pensar que le se sucedería si Yukishiro Enishi llegaba alguna vez a darse cuenta de su “otro” desliz.

 

 

 

N de la A :

 

* Wu Heishin hace referencia al nombre del desierto Taklimakan (ver nota capítulo anterior)

 

Quisiera hacer una breve introducción en cuanto a la naturaleza de Enishi y de Asiya. Son distintas entre sí, y serán explicadas más adelante. En cuanto a la de Enishi, tiene que ver con la tendencia de las culturas tradicionales a  que las personas bajo ciertas circunstancias adquieren las características de sus animales “protectores” o totémicos, como si el propio animal fuera parte del alma de la persona, aunque admito que me he tomado algunas ...licencias..en la interpretación y utilización del concepto..

En lo referente a Asiya, es una Yinn (genio), un personaje de una “especie” que es una realidad muy tangible para los habitantes de las regiones de Persia y el Oriente Medio (sobre todo en los amplios desiertos de la región), y los musulmanes en general. En este caso, he sido más literal con la naturaleza de los Yinn y sus poderes, de acuerdo a lo que la literatura religiosa islámica y ficcional de los pueblos de Oriente nos han legado, aunque no con su “organización social”, aunque esto es materia debatible...

Seres de similares características se encuentran presentes en las historias tradicionales de todos los pueblos del mundo